Brillaron pequeñas gotas saladas entre sus pestañas. Comprendió que nada tenía sentido y menos aquellas lágrimas. Odiaba las paredes y era ella quien las construía. Se odiaba ella misma.
Se lavó las manos y la cara esperando que, como en otras ocasiones, el agua se llevara esa sensación inconclusa.
Miró por la ventana y vio ahí mismo, en el mismo lugar por el que miraba cada mañana y realmente no veía. Estaba triste y perdida.